Ignacio García Ergüin

(Bilbao, 1934)

Obras del autor

XX-XXI Español

Ignacio García Ergüin nace en el seno de una familia humilde vasca. A partir de 1951 se forma en la Escuela de Bellas Artes de Bilbao con el artista José de Lorenzo-Solís Goiri (1916-1981), que dejaría en él una marcada impronta. Su trabajo obtiene reconocimiento desde muy pronto, y es galardonado en numerosos certámenes, sobresaliendo la concesión del Primer Premio Nacional de Pintura en 1958.

A principios de los años sesenta, gracias a una beca, continúa su formación en Múnich, donde tiene ocasión de conocer el neoexpresionismo alemán, sintiéndose especialmente atraído por la obra de Anselm Kiefer (1945). Estando allí, el Círculo de Bellas Artes de Madrid le propone exponer en una de sus salas. Será el comienzo de una importante actividad expositiva, tanto nacional como internacional, y a finales de la década de los sesenta ya será considerado uno de los creadores más exitosos del momento. Cabe señalar que los viajes realizados en esa época por Europa y Estados Unidos le permiten ser testigo de las corrientes artísticas vigentes, que le ayudan a configurar un lenguaje plástico muy original.

En 1966 participa en la creación del
, que surge en Vizcaya como parte de la Escuela Vasca, movimiento de regeneración que reúne a artistas de diversas tendencias y generaciones, como Agustín Ibarrola (1930-2023), Jose María Ucelay (1903-1979) y Pelayo Olaortua (1910-1983).

A lo largo de su trayectoria aborda gran diversidad de temas: en varias series plantea propuestas tan distintas como el jazz de Nueva Orleans, los deportes vascos o las escenografías operísticas iniciadas con la ópera Carmen en 1990 y continuadas con La Bohème (1995) y Manon (1997). A la hora de tratarlos, se aprecia la influencia de la tradición pictórica española −especialmente de autores como El Greco y Goya−, que da lugar a ejecuciones de un expresionismo extremo, con una factura suelta y enérgica. A través de las sucesivas temáticas, entre las que predomina el paisaje, su obra se aproxima progresivamente a una abstracción de carácter lírico, con unas superficies muy ricas en matices y gestos.

Espíritu inquieto y viajero, su pintura refleja los lugares que frecuenta, siendo cruciales los parajes de Castilla y de la costa española. Destacan las representaciones de Bermeo y, principalmente, de Lanzarote; en esta isla instala un pequeño estudio y se relaciona con el círculo artístico de César Manrique (1919-1992), cuyo entorno le causa una fuerte impresión, que, desde su primera visita en los años setenta, quedará patente en toda su producción.

Su obra forma parte de importantes colecciones, como la del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, el Museo de Bellas Artes de Bilbao o la International House de Nueva Orleans. Muy valorado y querido en su tierra, en el año 2004 fue nombrado “Ilustre de Bilbao” y en 2017 la bilbaína Sala Ondare le dedicó una muestra antológica.