Felicidad Moreno

(Lagartera, Toledo, 1959)

Sin título

1995

óleo, esmalte y barniz sobre tela

265 x 200,2 cm

Nº inv. 4139

Colección BBVA España


Como un río de color la pintura se desliza por el lienzo. Varias capas de color que se abren, para dejarnos contemplar lo que hay bajo ellas, en un intento de ir más allá, hacia un camino sin fin que no llega a ninguna parte, hacia un lugar que no nos pertenece.
 
La obra de Felicidad Moreno es una expresión de su propio ser; no hay un objetivo firme ni nada que buscar, es algo ajeno a la realidad. Es simplemente la expresión artística del interior de la propia artista. Es una forma de encontrarse a sí misma, de poner orden en un mundo caótico, una solución para encontrar su propio equilibrio.
 
Formada en el estudio de Soto Mesa (1946) y en el Círculo de Bellas Artes, comienza su trayectoria artística en los años ochenta, convirtiéndose su pintura en una de las más renovadoras del momento. Evoluciona desde la figuración expresionista a un geometrismo en el que el color y la expresión del movimiento son sus principales aliados.
 
Para comprender su obra hay que entender que cada uno de sus cuadros es como una aventura que ni ella misma presupone. Se deja llevar ante el lienzo, son impresiones de color, mundos propios ajenos a cualquier tipo de reflexión. Esta improvisación la lleva a una obsesión por los círculos, las líneas y las espirales. Formas que, sin quererlo, acercan su pintura a un primitivismo.
 
La exposición colectiva que realiza en La Granja de San Idelfonso marcará una evolución en su obra. La luz y la geometría pierden su rigidez, el color se establece y a través de él crea formas que adquieren un movimiento ondular antes menos preciso.
 
Crea espacios sin lugar, sin cuerpo, solo color. La materia y el negro son fundamentales en su obra. En esta, en concreto, con aspecto de miel, hace uso del barniz como si fuera pintura, para dar ese tono anaranjado a la obra. Todo es fruto de la sorpresa. De manera cósmica crea un fondo de redes de grandes círculos de tamaño similar, unos coloreados y otros no, proporcionando una ilusión de movimiento. Sobre ellos deja que la materia fluya, que desarrolle un movimiento natural y forje su propio camino, más allá de los límites del cuadro.