Anónimo

Retrato de joven

finales del siglo XV-principios del siglo XVI

óleo sobre tabla

27 x 22,50 cm

Nº inv. P00188

Colección BBVA España



Flandes fue, junto con Italia, uno de los centros artísticos que consolidaron el retrato como género pictórico independiente durante la segunda mitad del siglo XV. La representación de la figura humana comenzó a desarrollarse en otro contexto, lejos de las composiciones históricas o religiosas, alcanzando su mayor esplendor a principios del siglo XVI, contribuyendo de manera determinante a la configuración del arte renacentista europeo. A su vez, los pintores flamencos empezaron a ocupar un lugar prestigioso, y sus modelos se extendieron rápidamente por el continente. Tuvieron especial acogida en Francia y España, donde fueron contratados para trabajar en la corte, influyendo inevitablemente en la formación de los artistas locales.

La disminución de encargos de carácter religioso alimentó el auge del retrato, cuya creciente demanda hizo de este género una actividad muy lucrativa. El retratista fue uno de los primeros pintores especializados; los más cualificados eran llamados a trabajar para los monarcas, pero el género atrajo también a numerosos creadores menores, que veían en él un estímulo para la reflexión sobre la realidad pictórica a la vez que un medio de aprendizaje y experimentación de nuevas técnicas. Con el aumento de la producción surgen infinidad de piezas anónimas, a menudo imposibles de identificar; esto ocurre principalmente en Flandes, donde el concepto de artista estaba estrechamente unido al de artesano −profesión de profundo arraigo local−, lo que puede explicar la frecuente ausencia de firma hasta bien avanzado el siglo XVI.

Al mismo tiempo, a lo largo del Renacimiento, el retrato se consolida como decoración doméstica, lo que condiciona la manera de apreciarlo. Al desaparecer el carácter privado, los retratos dejan de guardarse en arcones y baúles para ser ubicados en las paredes de los hogares, asumiendo nuevas funciones, como la de recordar a seres queridos separados por la distancia o ya fallecidos. De este modo se multiplican las galerías dinásticas y familiares expuestas en los domicilios, y los formatos pequeños adquieren gran popularidad entre las élites europeas.

Esta pieza anónima responde a la tipología flamenca de finales del siglo XV y principios del XVI, y es un buen ejemplo de cómo los pintores, pese a la progresiva evolución del género, se mantienen fieles a la tradición. La influencia del retrato gótico se aprecia en la bidimensionalidad y en la sencillez compositiva, así como en el uso de la tabla en lugar del lienzo, soporte que había comenzado a imponerse de manera predominante. Desde un punto de vista técnico, la forma se define a través de un dibujo básico y del empleo de capas finas de colores planos, otorgando a la imagen un aspecto sintético propio de un artesano.

Tanto por su tamaño como por la simplicidad de la composición, esta tabla parece ajustarse al patrón de retrato contemplativo. Recortado sobre el fondo, el rostro de un joven de identidad desconocida dirige su mirada al espectador con expresión indescifrable. La figura se presenta con indumentaria y peinado acordes a la moda de la alta sociedad de la época. El pintor presta especial atención a los detalles ornamentales, destacando la riqueza de las joyas y del medallón, que denotan su estamento. Se inserta, por tanto, en las convenciones de la época, en la que vestuario y joyería son elementos fundamentales para caracterizar al individuo y señalar su pertenencia a una determinada clase social.