Manuel Picolo y López

(Murcia, 1851 – 1913)

Batalla de Villalar

h. 1887

óleo sobre lienzo

137 x 251 cm

Nº inv. 2579

Colección BBVA España



El triunfo de la pintura de historia se consolida en Francia con el
, que, en el marco del academicismo, permite transmitir mensajes moralizantes a través de obras de gran formato inspiradas en sucesos históricos universales o en la mitología clásica. Durante la primera mitad del siglo XIX, con la llegada y apogeo del
, este tipo de pintura se sigue cultivando con nuevos matices: adquieren importancia los episodios que ilustran el pasado de un país, revistiéndolos de un carácter más dramático, ideológico o incluso revolucionario.

Rápidamente, el género se extiende por toda Europa, recibiendo una excelente acogida. En España alcanza una considerable fama a mediados del siglo XIX gracias al apoyo de los poderes políticos y, principalmente, al desarrollo de la
de Madrid, que establece las pautas del arte oficial del momento, siendo la categoría pictórica más valorada y premiada por el jurado. Este certamen, celebrado anualmente en Madrid desde 1856, se convirtió en uno de los acontecimientos culturales más relevantes a nivel nacional, y medio esencial para cualquier artista que aspirase a obtener reconocimiento.

Tal es el caso de Manuel Picolo y López, uno de los artistas murcianos más destacados del momento, que consiguió un claro prestigio gracias a su participación en los certámenes oficiales. El presente lienzo, que rememora un significativo episodio de la historia de nuestro país, fue presentado en la Exposición Nacional de 1887, obteniendo uno de los primeros reconocimientos para su autor: su nombre figuró entre los propuestos para Medalla de Tercera Clase, a los que finalmente se les concedió un Certificado de Honor. Esta distinción indica que, aunque no logró la condecoración, fue considerado digno de mención y valorado por el jurado.

La obra representa el final de la batalla de Villalar (1521), acontecimiento que supuso la victoria de Carlos I de España frente a los Comuneros de Castilla, capitaneados por Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado, ejecutados posteriormente en la plaza de la localidad que hoy se denomina Villalar de los Comuneros, en la provincia de Valladolid. Cabe destacar que estas revueltas, acaecidas durante el primer tercio del siglo XVI, no habían gozado de popularidad hasta las últimas décadas del siglo XIX. El lienzo Los Comuneros, de Antonio Gisbert (1834-1901), realizado en 1860, inaugura el triunfo de esta temática en la Exposición Nacional, convirtiéndose en fuente de inspiración para muchos otros artistas. Esta batalla se presenta como ejemplo de la lucha contra la tiranía y como alegoría de la libertad y la dignidad; así, el movimiento comunero deja de ser un suceso aislado de Castilla para ser considerado parte de nuestra historia colectiva y de nuestro imaginario visual.

Como era frecuente a la hora de interpretar este episodio, los héroes, y protagonistas de la escena, son los rebeldes vencidos en la batalla; ubicados en el centro de la composición, se les representa presos y escoltados por las tropas reales. Por la crónica recogida en La Ilustración Española y Americana el 30 de julio de 1887 –que, a propósito de su participación en la Exposición Nacional, describe la obra y la reproduce en un grabado− sabemos que, en primer lugar, aparece Juan Bravo, orgulloso y consciente de haber cumplido un gran deber, desafiando a los soldados con su mirada; tras él vemos a Juan de Padilla, con la frente vendada, triste y sombrío, con la amargura de la derrota plasmada en el rostro; detrás, Francisco Maldonado, con gesto de resignación y preocupación.

Desde un punto de vista formal, el lienzo reúne las características propias de la pintura de historia decimonónica bajo las normas del academicismo: precisión dibujística, dominio técnico, cuidadoso estudio de la perspectiva y formato de grandes dimensiones. A su vez, el ambiente dramático y teatral en el que se desarrolla el acontecimiento denota la influencia del espíritu romántico, alejándose de la pintura naturalista. El artista va más allá de inmortalizar un mero ejemplo de virtud, dotando de expresión a los personajes para individualizar sus rostros y mostrar su carga psicológica, dejando de lado la falta de personalización típica del
. Resaltan la tristeza dominante y la tonalidad melancólica, señal de que, lejos de ensalzar el éxito de las tropas reales, Picolo empatiza con las víctimas, elogiando su valentía a la hora de luchar por su libertad.